25 de febrero de 2022
Una pandemia que no se termina, una guerra que acaba de comenzar y un cambio climático que prepara su gran entrada.
Y si bien estos son los headlines del momento, podemos observar a cualquier dirección (a nivel micro o macro) y encontraremos muchas más cosas que se encuentran rotas.
Algún día alrededor de 1450
Ashikaga Yoshimasa un reconocido shōgun, decide enviar a China su chawan. Un chawan es un tazón especial utilizado para la ceremonia del té. Estos tazones son originarios de China, y comenzaron a importarse a Japón alrededor del siglo XIII.
El chawan de Ashikaga desafortunadamente se había roto, y al ser uno de sus favoritos quería que los artesanos originales vuelvan a darle vida al mismo. Luego de un considerable tiempo, el tazón volvió a su dueño. Pero nuestro querido shōgun estaba indignado. Su chawan estaba reparado con unas horribles grapas de metal. Toda la uniformidad y belleza del mismo había desaparecido. Era difícil de manipular y muy desagradable de apreciar.
Ashikaga, completamente indignado con esta reparación, decidió tomar su chawan y recorrer Japón en busca de artesanos que pudieran darle una solución más digna y noble. Como la que su tazón merecía.
El resultado, junto con la tradicional ceremonia del Té dieron nacimiento a una nueva técnica de reparación que sigue utilizándose hoy en día: el Kintsugi.
El Kintsugi consiste en arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina mezclado con polvo de oro. Esta reparación rápidamente tomó forma de filosofía, que plantea que las roturas y reparaciones son parte de la historia de un objeto. Estas deben mostrarse y no ocultarse, para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia.
El barniz utilizado es laca Urushi, proveniente de la resina del árbol del mismo nombre que solo puede encontrarse en Asia. Esta resina es rociada con polvo de oro (plata o platino también es utilizada), y con un pincel de kebo se esparce sobre la rajaduras para unir las piezas.
Al termino de la reparación la pieza rota renace aún más bella, repleta de cicatrices resplandecientes que fortalecen su historia y perspectiva a futuro.
El final del proceso consiste en contemplar el objeto reparado y sublimado en toda grandeza, el cual llevará con nobleza sus cicatrices doradas.
La belleza de este arte que contempla las imperfecciones perfectas, trasciende la reparación de la cerámica, conectándonos con nuestra espiritualidad. Esta filosofía se encuentra estrechamente ligada a la reutilización, el reciclaje, las manualidades y como lo imperfecto puede ser bello si se lo trabaja con cuidado para que obtenga un nuevo uso y valor.
Espero no hayan olvidado a nuestro amigo de las 6 palabras:
El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas
Ernest Hemingway
El Kintsugi tiene su origen en la filosofía de Wabi Sabi, una corriente que se enfoca en la belleza de las imperfecciones. Una visión estética de entender al mundo inspirada en el budismo que podríamos resumir como “nada dura, nada está completo y nada es perfecto”.
Este arte nos habla de un poder transformador, más específicamente de la resiliencia. Si de un grupo de pedazos rotos de cerámica puede surgir algo tan hermoso con esfuerzo, paciencia y contemplación, ¿podríamos llevarlo a algo similar en las cosas que creemos no tienen reparación?
Este proceso de revisar nuestros errores o más específicamente, las cosas que rompimos, se enfoca en re-experimentar las partes de nosotros que conforman un todo. Un yo más grande, fuerte, poderoso y sobretodo, hermoso.
Dice el poeta sufi Rumi: “la herida es el lugar donde la luz entra en ti”.
En un mundo con tantas cosas por reparar, ¿cómo podríamos pasar de lo imposible a lo posible?
¿Cuál es el punto mínimo en el cuál podemos comenzar a transitar el camino de la transformación?
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Emma