Después de mucho trabajo, inspiración, idas y vueltas, llegas a una idea.
Una idea que te gusta.
Te da alegría pensar en ella.
Te llena de energía.
Lo que sigue ahora parece sencillo.
Decidir lanzarse a hacerla.
Buscas ideas similares, se la cuentas a tus amigos, evalúas pros y contras, etc…
Y de repente la idea es un lío. Tremendamente compleja. Llena de problemas.
Y está bien.
Eso es parte del proceso.
Es la investigación. Son las cosas que tenés que encontrar.
Confusión. Caos. Matices.
¿Cómo atravesamos toda esta etapa?
En silencio.
Dejamos reposar toda esta maraña alrededor de nuestra idea.
Que descanse.
Darle unos días.
Que atraviese su proceso de maduración.
Como la masa madre. Que debe fermentar unos días antes de que puedan utilizarla.
Si, durante la pandemia hice pan de masa madre. Montones de panes de masa madre.
Dejamos a un lado la analogía y volvemos al tema principal.
Estamos otra vez ante la idea. ¿Qué hacemos?
Lo que nuestro interior diga.
¿La idea nos gusta mucho? ¿Los problemas que se presentaron los podemos sortear? Si no hacemos esta idea, ¿nos sentiremos mal después?
Sólo tienes que respirar hondo, pensar profundamente y decidir qué hacer.
Si esta es la primera vez que te encuentras en esta posición, ¡bienvenida! No será la última.
Hay algunas cosas que debemos vivirlas para aprenderlas.
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Emma