Cuando llegamos a una gran, inmensa e increíble idea, el primer llamado a la acción que tenemos es: la ejecución deberá ser tan grande, inmensa e increíble como la idea.
Y ahí nos quedamos paralizados.
Porque ejecutar en grande requiere de muchísimos recursos.
Tiempo, esfuerzo, dinero.
Cuando llegamos a una gran y audaz idea, no necesitamos de una accionar consecuente. Sólo requerimos de las poco valoradas y eficaces microacciones.
Pongamos un pequeño ejemplo por el cual todos alguna vez pasamos: ponernos en forma.
El lunes voy al gimnasio, o voy a salir a correr 10 kilómetros, o cuando me levante voy a comenzar una rutina de 20 flexiones de brazos, 20 abdominales y 30 segundos de plancha.
¿Qué pasó?
Quizás el primer día lo logremos. Si somos obstinados, quizás lleguemos al viernes.
Y ya. Quedó ahí.
Una microacción para esto es preparar al lado de la cama nuestra ropa de gimnasia. Al otro día al levantarnos, lo primero que veremos será eso. La ropa de gimnasia.
Y si la ropa de gimnasia está ahí al lado de nuestra cama, bueno, tendremos que vestirnos con eso.
En consecuencia habremos hecho algo muy chiquito, ponernos nuestra ropa de gimnasia ni bien nos levantamos.
Eso es todo.
Y si ya me vestí de gimnasia, más me vale salir a hacer gimnasia.
Quizás es sólo dar tres vueltas a la cuadra caminando. Quizás corramos un tramo de esa distancia. Quizás tengamos la bicicleta a la entrada de nuestra casa y la tomamos para una vuelta un poco más larga.
Al comenzar una acción tan chiquita como vestirnos para la ocasión, nos predisponemos a esa acción.
Y con las ideas es lo mismo, ¿eh? No se crean que hay algo más distinto que eso.
Una microacción, que sume a otra pequeña acción, que luego sume a una acción y así hasta que ¡voilá! Ejecutamos nuestra gran idea.
Algo así como un mes atrás, tuve una idea que me gustaba mucho. Pero cada vez que la pensaba me tiraba un poquito para atrás. Es muy compleja de ejecutar, tiene muchos pasos y requiere de planificación y proyecciones financieras.
Pensé mucho en ella durante unos 15 días y siempre salían todos esos puntos negativos.
Pero cada vez que recordaba el modelo mental de nuestro amigo Jeff “¿qué podría pasar si todo sale bien?”, me ilusionaba nuevamente.
Asi que tomé el camino de la microacción: se la conté a alguien más. Una persona bien lejos de mi círculo usual. Con quien no colaboro en casi nada de mi trabajo diario.
Y… ¡voilá! Adivinen qué pasó después.
¿Cuál es la microacción que te va a llevar a sacar a tu idea del cajón?
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¡Nos vemos en el próximo newsletter! 🤘👣🤘
Emma