Hace unos años, la revista Time se dedicó a investigar en profundidad esta pregunta del huevo o la gallina. Pienso en lo divertido que debe haber sido plantear la nota en la redacción de la revista:
“¿Vamos a hablar de esto? ¿No tenemos que hacer la lista de las 100 personas más influyentes del año? ¿No? Bueno, va.”
Consultando con filósofos, historiadores, astrofísicos (si, claro) y divulgadores científicos, llegaron a la conclusión de que indefectiblemente el huevo es primero que la gallina.
TL;DR, resulta que hace miles de años existía una protogallina. Este animal puso un huevo con una mutación genética. Este huevo que no correspondía a su especie, en realidad le brindó a la protogallina una ventaja competitiva que le permitió adaptarse mejor a su medio ambiente, y la capacidad de seguir transmitiendo esa ventaja a su descendencia. Lentamente como todo proceso evolutivo, la mutación siguió repitiéndose en diversas sucesiones. Hasta que en una ocasión, nació un huevo con la última mutación genética que finalmente traería a la vida a la primera gallina del planeta Tierra.
Ahora que tenemos resuelta la cuestión evolutiva, podemos decir que Aristóteles estaba equivocado, ya que afirmó que lo primero en existir fue la gallina, pues según él, el acto precede a la potencia. ¡Ja! ¡En tu cara Aristóteles!
Pero no estamos aquí para mofarnos de nuestro querido Aristóteles, sino para trasladar este planteo al mundo de la creatividad.
¿Cuál va primero? ¿El problema o la idea?
Voy a dar mi respuesta antes de hacer mi planteo: prefiero el problema antes que la idea. No niego que la gran mayoría de las veces las ideas aparecen primero que los problemas a resolver. Pero, pero, si me dan a elegir, prefiero siempre partir desde un problema antes que una idea.
Cuando tienes una idea, en general te enamoras enseguida de ella. Es difícil no tenerles cariño: son nuevas, sexys, tienen la mística de lo desconocido y no sé porqué siempre vienen acompañadas con la promesa de cambiarlo todo.
Pero las ideas te atan. Porque todos esos pequeños elementos de novedad y misterio no te dejan separarte de ellas. Y es muy fácil de comprobarlo. Al principio te transformas en una suerte de Gollum: “mi preciosa, mi preciosa y maravillosa idea, no te compartiré con nadie, no quiero correr el riesgo de que alguien te robe y dejes de ser mía.”
Y aquí comenzamos a caer en madriguera del conejo a un camino lleno de oscuridad y muy poca lucidez mental. Comenzamos a pensar frecuentemente en nuestra idea, imaginando los grandes logros que podríamos obtener gracias a ella, obsesionándonos. Pasamos a ser esclavos de la idea: tiene que ser así, la tengo que ejecutar asá… no puede modificarse porque sólo yo veo el correcto e increíble camino que esta idea debe transitar para llegar al pináculo de la grandiosidad magnánima de las ideas.
Hasta que llega el momento en que finalmente decidimos contar nuestra sensacional idea a otra persona. Y lo que sucede es algo muy predecible de hecho: “sí, está bien, es una idea interesante”. Entramos en la negación, ¿cómo “interesante”? Claramente esta persona no tiene la capacidad de reconocer lo fantástica que es mi idea. Y así con más personas, hasta que le cuentas tu idea a alguien que te puede ayudar a concretarla. “Ok, pero así como está le veo algunos puntos ciegos, deberíamos modificarla”. Y con la ilusión de verla realizada, aceptas ajustarla. Y ahí tu idea comienza a transformarse en un Frankenstein. Llevas tu idea “ajustada” a otra persona. Y no le gusta tanto porque la siente rara. Ojo, te podría ayudar, pero necesita realizarle ajustes. Y los haces nuevamente. Todo por el fin último: que tu idea vea la luz. De ahí vas a otra persona, y otra, y otra. Te chocas con gente que no la quiere llevar adelante, te frustras. Intentas convencer a todos los que tienes delante con todas tus fuerzas para hacerla. Comienzas a desganarte. Finalmente tienes suerte y tu idea sale, pero no es lo que imaginabas de ella. No era esa luz que te enceguecía de amor. Pasaste por un montón de estadios, de personas, siempre con una única idea. Porque no sé si recuerdas, sólo pensaste una idea.
Por el otro lado, tienes un problema. Los problemas te liberan. Porque un problema no tiene una única solución.
5 + 5 = 10. Y siempre será así. Pero ¿cuántas opciones tenemos para llegar a 10?
Enunciar un problema te da más posibilidades para pensar soluciones, una idea te encierra pero un problema te abre.
Porque si la primer idea que tuviste para resolverlo no llega a buen puerto, puedes pensar en otra. Y si esa otra idea tampoco resuelve el problema, vuelves al proceso de ideación para generar una nueva idea. Y si estuviste atento a todo lo que hablamos en este newsletter, sabrás muy bien que cuando vuelves a pensar sobre un problema, ya tienes un camino recorrido. Ya sabes qué funciona y que no. Edison no falló nunca en su proceso de creación de la bombita de luz. Simplemente aprendió todas las formas en que no se podía hacer una.
Enamorarse de un problema es la forma más sexy de potenciar tu creatividad. No importa cuántas ideas se te ocurran, ni cuántas veces falles. Siempre surgirán nuevas ideas porque el objetivo es solucionar un problema. Enamorarse de un problema es la forma más poderosa para hacer crecer tu creatividad.
Dejemos de enaltecer a las ideas. Los problemas son los verdaderos disparadores de la creatividad.
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¿Cómo se puede arrojar una pelota para que recorra cierta distancia, se detenga y regrese en sentido contrario?
No puedes hacerla rebotar contra nada, ni atarla para traerla hacia ti luego de tirarla.
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Casi que me olvidaba, el de la foto de hoy es uno de los productores musicales más prolíficos de la historia de la música contemporánea, Rick Rubin. Produjo discos para Paul McCartney, Red Hot Chili Peppers, Lady Gaga, Johnny Cash, Mick Jagger, Slayer, Kanye West, Metallica, Tom Petty, Audioslave, The Mars Volta, Shakira, LCD Soundsystem, Imagine Dragons, Lana Del Rey…
También tiene una frase muy linda que elegí dejar para el final de esta edición:
Da el primer paso y fíjate hacia dónde te lleva. La dirección aún no es importante.
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Emma