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Ah, si. Hoy estoy cocorito. O como dicen en otros lados donde se lee este newsletter: gallito, chingaquedito, buscapleitos… y ya me quedé sin sinónimos.
Pero sí, las matemáticas y el storytelling están muy relacionadas y ahora les voy a contar por qué.
Todo comienza con el señor de la foto: Paul Lockhart, PhD en matemáticas en la Universidad de Columbia.
Hace unos cuantos años escribió un ensayo increíble: “A Mathematician’s Lament”, ahí describe un mundo donde los chicos no pueden aplicar lo que aprenden hasta que no terminen sus estudios. Exacto, pueden estudiar y aprender lo que quieran, pero no pueden ponerlo en práctica bajo ningún punto de vista.
Imaginen un ejemplo del ensayo de Pablín con la música. En ese mundo, todos los niños estudian música pero no pueden escuchar o tocarla hasta que hayan dedicado 10 años a aprender teoría y notación, composición y armonía, audioperceptiva, o conocer en profundidad todos los aspectos que componen los diversos instrumentos musicales. Otro ejemplo que podríamos ver es con las artes plásticas: pueden estudiar colores, tipos de pinceladas, historia del arte, dibujar formas por separado… pero no pueden pintar nada propio hasta que terminen sus estudios.
Este mundo absurdo y creepy que detalla, lo utiliza como metáfora para explicar que en nuestro mundo así es como se enseñan las matemáticas. Se requiere que los estudiantes dediquen años enteros a memorizar fórmulas y fundamentos que supuestamente entenderán después, en la aplicación directa, en el exacto momento en que ya no van a querer saber nada de matemáticas.
Lo que Pablito nos muestra en su ensayo, es que este approach de enseñanza tiende a aburrir y agotar.
Pensemos un ejemplo bastante más LATAM: aprender el fútbol en vez de jugar al fútbol. Tenganlo en mente.
Ahora hablemos de historias, y recuerden todas las veces que dijeron “no tengo idea de cómo contar una historia”. ¿Pero cómo? ¡Si desde que comenzaron a hablar están inventando historias!
Repasemos:
¿Quién no rompió un jarrón en casa y acusó al perro de haberlo hecho en una serie de sucesos imposibles de darse?
¿Quién no creó historias fascinantes con muñecos que salvaban al universo de la extinción o se transformaban en sus confidentes más íntimos?
¿Quién no inventó una historia fantástica para tirarle onda a alguien?
¿O acaso no salpimientan las anécdotas que les cuentan a sus amigos?
¿Quién no fantaseó una gran historia de andanzas de fin de semana cuando en realidad se quedaron encerrados en casa maratoneando una serie en Netflix?
Contar una historia es como empezar a jugar al fútbol. No necesitas reglas al principio. Te dan una pelota y lo primero que haces es patearla. A medida que vas dominando tu cuerpo, vos sólo te das cuenta que la podes llevar, patear más despacio para pasarla o mover el cuerpo para gambetear.
Mucho, bastante más adelante, alguien se te arrima y te dice: “este juego tiene un par de reglas…”
Recién ahí es donde comienzas a aprender que hay límites de tiempo, de espacio, cantidad de jugadores, cómo pegarle a la pelota… entre muchísimas otras cosas. Pero al comenzar, ustedes simplemente tomaron una pelota y comenzaron a divertirse con ella.
Asi que no vuelvan a decir que no saben contar historias. Porque a la hora de hacerlo, todos sabemos patear, cabecear y gambetear.
¿Y hacerlo con un propósito o un objetivo? Ah… si. Si, si. Eso tiene otros condimentos. Eso serían “las reglas”.
Pero ya están viendo bastantes acá, acá, acá y no nos vamos a olvidar de acá también.
Si quieren leer el paper de Paulie, pueden hacerlo aquí: A Mathematician’s Lament. Lo dejó libre en la internet para que todo mundo se replantee cómo mejorar la forma en que aprendemos las cosas.
Alguien me dijo que si apretabas el botón rojo, la cabeza se te iba a llenar de ideas increíbles. Prueben. Quizás decía la verdad:
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¡Nos vemos en el próximo newsletter! 🤘🧮🤘
Emma